domingo, 5 de junio de 2011

“I’m the champion, my girls!”


Me fui de vacaciones a París y me compre de todo. Hice escala en Brasil y gané un torneo internacional de tenis ¿Qué más puedo pedir?

De nuevo acá. Después de unas vacaciones soñadas.

En Paris, mi marido estuvo muy ocupado con su trabajo y aproveché para recorrer todas las tiendas y renovar mi vestuario, al mejor estilo Carrie. Subida a unos tacos altísimos, me puse a tono con la moda, me probé todo y compré a lo loca. A la tardecita, súper producida, esperaba a mi muñecote. Al sexto día, me dijo: “Loluchy, estas divina, ¿Por qué no aflojas un poco? No se vos, gordi, pero yo no doy más. Acordate que estoy trabajando estos días… Pero reserva algo de energía que todavía falta lo mejor”. Agarré enseguida la onda. Giré sobre mis stilettos y fui a buscar Champagne. Cuando volví estaba desmayado. Los dos días restantes fueron más tranquis y románticos: cena a la luz de las velas con vista al Sena y a la Tour Eiffel. De ma-ra-vi-llas ¡Qué rápido pasa lo bueno!

Ya de regreso a casa, el avión hizo escala en Brasil. “Bajemos Loly, te vas a sorprender”, me dijo con una sonrisa. “Más free shop mientras esperamos la conexión -pensé- ¿Qué otra cosa podía ser?”. Pero en lugar de ir al área de pasajeros en tránsito, fuimos a retirar el equipaje: “Dale, decime qué pasa, no te hagas el misterioso”, Silencio y sonrisa. Yo lo seguí ansiosa hasta la salida y… ¡Voila!: En el cartelito de un Village, nuestros nombres.

- “¿Viste que te dije que lo mejor estaba por venir? Nos espera una semana de deportes y placer ¿Qué te parece?”

- “¡Me encanta! ¿Hay canchas de tenis?”

- “Obvio, mi amor, fue lo primero que pregunté cuando hice las reservas”

Y así fue: una semana con una rutina genial. ¿Conocen el dicho: desayunar como un rey, almorzar como un príncipe y cenar como un mendigo? Bueno, no lo seguimos. Desayunamos, almorzamos y cenamos como reyes. Nos tomamos todos los tragos y, entre caipiriñas y piñas coladas, jugamos al tenis.

Chicas, me asusta pensar que disfruté tanto de nuestro querido deporte en ese estado. Pero solo se vive una vez (y era solo una semana): ¿Quién me quita lo bailado, lo corrido, lo reído, lo bebido, lo en-gor-da-do?

Me anoté en el torneo de singles que se hacía como cierre de la semana. Al fin y al cabo, ya conocía a todas las chicas del lugar, con todas había jugado y me sentía súper para entrar a la cancha y ganar.

No sé si el horario para el torneo fue demasiado temprano -9 de la mañana- o si a mis contrarias las había afectado la fiesta de la caipiriña de la noche anterior. Lo cierto es que yo era la única “competidora”.

Pitanga, el profesor de tenis, me propuso jugar con él y no lo hice esperar. Estaba tan motivada (o embriagada, no se) que después de un mini peloteo le dije en perfecto portuñol: “Dale, te juego”. Al principio era como una clase: me tiraba la ball suavemente a donde yo estaba y se la devolvía a la otra punta. Me salía todo; ¡Hasta el saque!

Así fueron pasando los games y, con trabajo de hormiguita, me puse 3/0. Ahí, Pitanga se transformó. Me hizo 4 games seguidos y comencé a desesperarme. En el cambio de lado vi pasar a mi marido con su grupete y una piña colada en mano: “¿Me esperas un segundo que le doy un beso y vuelvo?”, le pregunté a “mi rival”: “Si, vaim vora, Loly”. Corrí, le di un beso, me moje los labios con la piña y volví al court. Ahora ya estaba nuevamente en la cancha lista para ganar, o que me ganen.

¡Y se me dio, chicas! ¡Gané 7/5 7/5! Quedé destruida, pero gané por primera vez en años. Pitanga, que estaba tan cansado como yo (se los puedo asegurar), me felicitó. ¡En serio, eh!

Al día siguiente se hizo la entrega de medallas a los ganadores de las competencias deportivas. Mi muñecote había ganado en todo lo que se anoto, -¡Hasta en arco y flecha!- Yo lo acompañé orgullosa y con cámara en mano lista para retratar el momento.

Cuando llegó el turno del tenis, anunciaron por el micrófono: “Ahora vamos a entregar el premio a la campeona femenina de tenis: Dolores Pánico”. Me quedé dura. ¿¡Yoooo!? No quería subir y hacer un papelón delante de todos. “Loly, ven aquí”, me dijo Pitanga desde el escenario. Respiré profundo, me puse unas gotitas de perfume y subí como una star por la alfombra roja.

¡Chicas, me puse a llorar de emoción cuando me dieron la medalla! Abracé al profe y le pregunté bajito al oído:

- “¿Pero qué torneo gané?”

- “Me ganaste a mí en dos sets, ¿No te acordas?”

- “¡Claro que sí! ¡No me lo voy a olvidar nunca!”

- “Loluchy, ¡Sonreí para la foto!”

Me di vuelta y, medalla al cuello, le regalé a mi amor mi mejor sonrisa.

Au revoir.

Loly, una tenista desesperada ©

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